lunes, 2 de agosto de 2010

El lugar de las observaciones

Las asociaciones disponen cada vez con mayor frecuencia de aparatos propios de alta calidad y los grupos de aficionados colaboran con astrónomos profesionales y emplean esos instrumentos que, en los observatorios públicos, el personal científico ha dejado de utilizar a causa de la contaminación lumínica.

Los observatorios astronómicos más antiguos, como el histórico de Greenwich, se hallan en las grandes ciudades, pero han quedado muy limitados a causa de la luz artificial. Por ello, los observatorios se han instalado en zonas cada vez más alejadas de las poblaciones y a altitudes elevadas, para eliminar al máximo las perturbaciones debidas a la atmósfera.
La observación del cielo es la profesión de muchos científicos y la pasión de numerosos aficionados a la Astronomía. Mientras en los observatorios la investigación avanza, sobre todo, a partir de la elaboración de datos recopilados en el espacio con instrumentos cada vez más potentes, los astrónomos aficionados se reúnen en asociaciones para intercambiar conocimientos.
Hasta hace poco tiempo, los instrumentos instalados en los observatorios eran propiedad de organismos nacionales y alcanzaban un máximo de 6 m de diámetro.
En la actualidad, en estos mismo observatorios o en nuevas zonas aún más aisladas, se construyen instrumentos cada vez mayores, gracias a las nuevas tecnologías y a la inversión de consorcios internacionales.
Así tenemos, por ejemplo, el ESO (European Southern Observatory), en Cerro La Silla, en el norte de Chile, a unos 2500 m sobre el nivel del mar; está financiado por varios países, Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Italia, Holanda, Suecia y Suiza, entre otros. En los centros utilizados por toda la comunidad internacional de investigadores se hallan los grandes radiotelescopios, que reciben y analizan las ondas de radio emitidas por objetos espaciales y satélites artificiales.

Algunos de los centros más importantes de estudio de radioastronomía son Jodrell Bank, cerca de Manchester, con un gran radiotelescopio de espejo metálico orientable de 76 m de diámetro; Arecibo, dotado con un reflector de 305 m de diámetro, donde las señales recogidas convergen en una antena aérea suspendida por tres torres laterales; Zelenchukskaya, con su RATAN (Radio Astronomical Telescope of the Academy of Sciences), compuesto por 900 paneles de aluminio dispuestos en un círculo de 576 m de diámetro; el VLA (Very Large Array), en Socorro (Nuevo México), con 27 parabólicas móviles de 25 m de diámetro cada una.
A la construcción de grandes instrumentos ópticos o acústicos se yuxtapone la realización de aparatos para ponerlos en órbita desde la atmósfera terrestre: estos registran la parte de radiaciones absorbida por la atmósfera de nuestro planeta (rayos infrarrojos, ultravioletas, X y γ, rayos cósmicos).
Además, ya casi nadie observa directamente el cielo, porque los astrónomos trabajan sobre todo con elaboraciones realizadas por ordenador o a partir de fotografías. La tradicional “vigilancia” del cielo ha quedado en manos de los aficionados a la astronomía, quienes a menudo identifican nuevos cuerpos del sistema solar.
Los lugares y las ocasiones en que los aficionados pueden ampliar sus conocimientos, mejorar las técnicas de observación y discutir los resultados son numerosos.

Algunos de los observatorios más potentes son: Zelenchukskaya en el Cáucaso; Monte Palomar, en California, Kitt Peak, en Arizona, con su famosa torre solar; el Cerro Totolo, en los Andes chilenos; Mauna Kea, en Hawai… Aquí, los grades telescopios e instrumentos de largo focal se hallan en salas enormes, casi siempre circulares, coronados con parabólicas móviles que se abre al cielo y permiten enfocar en cualquier dirección.

Fuente: Atlas ilustrado del Cielo

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