Por fin el hombre reconoció que la Tierra, considerada plana a pesar de Ptolomeo, era una esfera inexplorada. Se difundió el uso de la imprenta y hacia mediados del siglo XV se abrieron las puertas al descubrimiento de mundi, así como a la circulación de ideas. Venían cambios radicales.
La primera doctrina en resentirse fue la astronomía. A los viajeros no les satisfacía el modelo tolemaico y para “identificar” referencias geográficas necesitaban tablas de movimientos planetarios mucho más precisas. También se revisó el calendario, pues hasta esa fecha se usaba el calendario de Julio César. Hacía falta algo nuevo y los intentos de salvar el sistema tolemaico añadiendo nuevas esferas y epiciclos habían transformado el universo en una maraña de círculos en rotación.
En ese momento Nicolás Copérnico (del nombre polaco Nicklas Koppernigk, 1473-1543) lanzó su mensaje de renovación. Rechazó todo lo que había aprendido, negó que filósofos, científicos y teólogos hubieran explicado la realidad, negó que lo que parecía evidente –que el sol se levantara, se moviera en el cielo y se pusiese– correspondiera a la verdad. Destronó a los hijos de Dios del centro del universo en una época en que uno de ellos era condenado a la hoguera por mucho menos, y tuvo la audacia de declarar que el planeta del hombre era sólo uno de los muchos que giran alrededor del Sol.
Pero su doctrina era la de la escuela pitagórica, esto es, comunicar sus ideas en voz baja y sólo a pocos iniciados. De esta forma, su trabajo pretendidamente teórico avanzó en silencio y Copérnico realizó pocas observaciones directas, se fió de los datos de los observadores de la Antigüedad, de quienes leyó los originales, y examinó las críticas y las dudas sobre el sistema ptolemaico. Tal como escribió en De revolutionibus orbium caelestium (Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes), fue la diversidad de opiniones, incertidumbre e incongruencias halladas lo que le convenció de que algo fallaba en la teoría ptolemaica.
Fuente: Atlas ilustrado del Cielo
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